Ella está en el horizonte. Camino dos pasos y ella se aleja. Nunca deja que la alcance. ¿Para qué sirve, entonces, la utopía?...para caminar.

sábado, 18 de enero de 2014

Tiro al blanco


Es como si sintiera un tirón, una sensación desagradable que viene de repente, y que no sé cómo aliviar. Hacía tiempo que no me sentía tan bloqueada, a pesar de que por mucho que busco en mi mente, no encuentro nada más que palabras que no sé lo que significan, espacios en blanco y ecos que me hacen perderme más. 
Hay nubes oscuras; me apetece meterme en la bañera y dejar que el tiempo fluya mientras me quedo escuchando el murmullo del agua contra la porcelana. Nada más. 
Si me dejo sentir, sólo lloro. Tampoco sé si ponerle rabia o decepción va a devolverme la energía, va a desenredar el nudo. 
Mi lado izquierdo me dice que todo está bien, mi lado derecho está en llamas. Creo que quiero gritar o correr, sacarme de dentro esta sensación, borrar todos los recuerdos que vienen, como serpientes rodeándote la garganta. No pude esquivarlo a tiempo, lo tuve encima y, a pesar del escudo, me tocó.Y cuando toca, hiere. Y es como si el mundo comenzase a girar mucho más rápido de lo que lo haces tú, mis ritmos se han alterado, estoy como ausente, pero, contraria a Neruda, no me siento cómoda en esta piel extraña.  Yo no quería. No era el momento. Y ahora estoy indefensa, desarmada, frágil y quebradiza, con frío y con un rumbo que me inquieta, porque ya no depende de mí, se descontroló. 

domingo, 3 de noviembre de 2013

Crecer


Creo que siempre he estado obsesionada con crecer; no sólo con alejarme de ese metro sesenta y poco que me elevo, sino de ir mucho más alto. Me sentía diferente a los que me rodeaban, no sentía que viviésemos en en el mismo planeta. Yo soñaba entre letras, dibujaba historias dentro de mi cabeza, tenía una caja llena de personajes con historias mágicas. Siempre volando, con los pies rozando apenas el suelo. Arrastrando esa rara sensación de no encajar en ningún lugar, buscando siempre un abrazo que me reconfortara del sabor a incomprensión.
La gente transitaba por mi vida dejando sus huellas mientras que yo regalaba partes de mí misma, como si nunca nadie me hubiese explicado cómo funcionan las relaciones, como si me rebelase ante la idea de ser una estación de paso cuyo cartel de bienvenida empieza a oscurecer. Creía que encontraría todas las respuestas cuando fuese mayor. Porque crecer significaba sabiduría y sólo ella haría desaparecer a ese fantasma tramposo que desordenaba mi puzzle una y otra vez. Pero, fueron pasando los años y, a pesar de desconocer menos, no sabía más. Cada nueva derrota me empujaba con la misma fuerza que me hundía. Y un poco más fuerte, pero también más desesperanzada, un poco más hábil, pero más desconfiada, un poco menos ciega, pero más triste, un poco más prudente pero más cobarde, fui reescribiendo lo que significaba para mí crecer. Ya no era tan bonito, con ese matiz especial con que lo tatuaba en mi piel en las noches, imaginando el nombre de la persona que abrazaría al dormir, el color de las paredes de mi habitación, el perfume de mi coche, la canción que cantaría en las ciudades y países que descubriría en mis viajes. Fueron pasando al olvido mis viejos sueños, al mismo tiempo que la realidad se fue llevando a las personas que amaba, me seguía sintiendo extraña envuelta en conversaciones en otros idiomas, tomaba dosis de verdades que no quería saber y entendía, a fuerza de vivir, que la vida la mayoría de las veces no es justa.
Esas noches, cuando está todo patas arriba, mi cabeza está al revés. Mis pequeños proyectos son tan grandes como antaño y yo tan inexperta como una aprendiz en el juego. Pero he crecido. Estoy llena de cicatrices. Todo tiene un precio.

domingo, 13 de octubre de 2013

Otoño que nunca llegas

El frío va llegando, poco a poco, aunque aún no puedo desempolvar el abrigo y la bufanda. Últimamente el tiempo pasa muy rápido, tanto, que tengo la impresión de no disfrutarlo como me gustaría. Los inicios son extraños y confusos. Los horarios no terminan de cuadrar, las rutinas no ruedan, hay algo dentro de mí que no está bien asentado. Voy ordenándome, organizándome las horas, huyendo de esos segundos con sabor a derrota y nostalgia, esquivando al miedo cuando me mira con sus cuencas vacías. Voy respirando, a veces lloro con algunas canciones o con cosas absurdas que me emocionan. Voy conociendo, a la par que desconozco lo que debí haber aprendido. Se me agolpan los proyectos, mi boca no puede abrirse más para morder el mundo como quiero. Abarcar, abarcarlo todo con un abrazo enorme sin que duelan las articulaciones ni mañana tenga agujetas. Aunque, pensándolo bien, no es un mal precio si cuando apago la luz de la mesita y suspiro porque ya hay que despedirse del día, sonrío. Y sí, ya no duele tanto. Escuece, a veces un pellizco, otras una bofetada. La gente sigue viviendo, en sus minucias, fantasías, miserias y complejidades. La gente sigue debatiendo sobre la cadena perpetua a asesinos, dineros y crisis sin oportunidades, realities sin karma, comidas y dietas. Me siento una extraña con cosas raras en la cabeza, ilusiones que son sólo mías, manías, excentricidades. Pero la gente sigue viviendo y yo que me faltan manos y pies para correr sin ahogarme. Y yo que siento como me devora la noche y me fugo con la poesía a mi propio desorden. 

domingo, 6 de octubre de 2013

Reflexiones nocturnas

Recuerdo cómo me rompieron el corazón la primera vez. Era muy niña y me declaré a un chico. Recuerdo que me abrazó susurrándome que era una gran amiga para él. Aún hoy verle me hace cosquillas, a pesar de los años y los kilos, sigue teniendo la sonrisa más bonita que he visto. Mi corazón se preparó para el siguiente golpe, que fue bastante inesperado. Era mi amigo de toda la vida, le quería con una mezcla de cariño de hermano y amor adolescente; igual leíamos ávidos el mismo libro encerrados en una buhardilla que jugábamos a hacernos trastadas en el sofá compartiendo sensaciones extrañas. Fue alejándose poquito a poco mientras yo me sentía culpable de no saber cómo pedirle que se quedara a mi lado. Me dijeron que yo no le caía muy bien a su novia. En realidad lo que yo sentí fue que él no me apreciaba tanto a mí. El siguiente impacto creí que sería mortal. Una herida honda e insuperable. Creo que fue la primera vez que me desdibujé en el espejo, porque me había fundido tanto dentro de alguien, que no podía verme sin nadie a mi lado. Sentí morir durante meses. Todo se había quedado como suspendido en el vacío inmenso del desazón, y el dolor era tan palpable que fui quedándome en los huesos, en la carne y en el alma. Volvió la culpa, mi antigua enemiga. Las dudas y las pesadillas me acechaban. "¿Qué he hecho mal?", me repetía como una nana de terror. Y mientras más me enredaba en lo oscuro, más caía, hasta que caí del todo, toqué el fondo del océano y me quedé sin aire. No sé cómo pero escuché voces y emergí con la fuerza sobrehumana que sólo te da el amor, no importa a quién. Me aficioné a correr de un lado para otro, siempre ocupada para que se hiciese más liviano el peso de mis recuerdos. Era feliz, pero muchas noches me sentía desolada. Me visitaban los fantasmas y yo escribía intentando ahuyentarlos. Supongo que hubiese seguido navegando hacia buen puerto si no hubiese llegado él. Lo pinté todo de colores brillantes, fue como abrir las ventanas y arrancar las cortinas. Era tan bonito flotar en esa hermosa sensación de que has encontrado a una persona con la que quieres despertar todas las mañanas de tu vida... Pero, olvidé los clarososcuros. Nada es perfecto y lo entregué todo demasiado deprisa. Mas, por una vez, no me arrepentí, y cuando llegó la rotura, casi suspiré de alivio. Porque ya conocía esa sensación agridulce de quemarte y convertirte en cenizas. Suspendida en el aire, contemplé mis sueños. Lloré mucho, estaba muy enfadada. No sé con quién. Miento. Conmigo. Estaba enfadada por haberme dejado herir otra vez. Por no haberme protegido lo suficiente. Estaba muy enfadada, y tremendamente triste. Tan triste que no podía hablar, que no podía gritar ni pedir ayuda. Todo rodaba de mal en peor y yo era una espectadora atónita de las vueltas de la vida. Como un día tienes el mundo en tus manos y, un instante más tarde, tu mano huele a ayer.
Podía haberme quedado así, observando mis heridas mientras la vida pasaba. Pero, por suerte, soy, paradójicamente, demasiado afortunada. Así que el destino decidió ayudarme por su cuenta y dejarme crecer, acercándome a sueños que yo sentía que eran demasiado grandes para mí. A sueños donde ahora vivo, que son mi casa y mi alimento.
Todo ocurre por algo. Por algo bueno, voy a pensar siempre. Y, aunque duela, ya no duele tanto. Y, aunque cueste, ya no cuesta tanto. Y, aunque quiera, ya no quiero tanto. Y, aunque tenga miedo, ya no temo tanto. A pequeños pasos, voy caminando.