Ella está en el horizonte. Camino dos pasos y ella se aleja. Nunca deja que la alcance. ¿Para qué sirve, entonces, la utopía?...para caminar.

miércoles, 10 de abril de 2013

Perdiendo el equilibrio


Después de ese abrazo, sentí que volvía a la vida. Quizá su mirada fue sólo el preámbulo. Su voz una caricia del viento en las mejillas. Incluso cómo olía su jersey, fue solo un deseo. Pero cuando me abrazó, yo me abracé a él, sabiendo que estaba metida hasta el cuello. 
No creía tener vértigo, pero desde esta altura las cosas se ven de manera diferente. Supongo que tengo miedo de perderme otra vez. Y cuando digo perderme, es quedarme sin norte ni sur, sin anhelo ni frustración, ser un fantasma errante, sentirme devastada. Ojalá fuera más fácil resistirse; a veces me gustaría ser diferente, menos visceral, menos poética, más fría, capaz de despegarme sin que duela tanto. Sin esa sombra que me susurra que él se irá, y no volverá.  
Anoche me di cuenta de que esto es real. Tan real que me embriaga, que me atonta, que no me deja ver bien. He vuelto a perder el equilibrio, saltando sin más cuando el impulso no me dejaba respirar. No me he caído y, sin embargo, parece que estoy esperando que algo se rompa, que algo salga mal, porque no puede ser que haya llovido algo tan bonito, empapándome a mí. No me lo creo, no. Esta felicidad es tan absurdamente profunda que me asusta, a la par que me encanta. 
Porque esto sabe a ilusión, y yo ya había olvidado lo adictivo que era. 

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