Ella está en el horizonte. Camino dos pasos y ella se aleja. Nunca deja que la alcance. ¿Para qué sirve, entonces, la utopía?...para caminar.

domingo, 3 de noviembre de 2013

Crecer


Creo que siempre he estado obsesionada con crecer; no sólo con alejarme de ese metro sesenta y poco que me elevo, sino de ir mucho más alto. Me sentía diferente a los que me rodeaban, no sentía que viviésemos en en el mismo planeta. Yo soñaba entre letras, dibujaba historias dentro de mi cabeza, tenía una caja llena de personajes con historias mágicas. Siempre volando, con los pies rozando apenas el suelo. Arrastrando esa rara sensación de no encajar en ningún lugar, buscando siempre un abrazo que me reconfortara del sabor a incomprensión.
La gente transitaba por mi vida dejando sus huellas mientras que yo regalaba partes de mí misma, como si nunca nadie me hubiese explicado cómo funcionan las relaciones, como si me rebelase ante la idea de ser una estación de paso cuyo cartel de bienvenida empieza a oscurecer. Creía que encontraría todas las respuestas cuando fuese mayor. Porque crecer significaba sabiduría y sólo ella haría desaparecer a ese fantasma tramposo que desordenaba mi puzzle una y otra vez. Pero, fueron pasando los años y, a pesar de desconocer menos, no sabía más. Cada nueva derrota me empujaba con la misma fuerza que me hundía. Y un poco más fuerte, pero también más desesperanzada, un poco más hábil, pero más desconfiada, un poco menos ciega, pero más triste, un poco más prudente pero más cobarde, fui reescribiendo lo que significaba para mí crecer. Ya no era tan bonito, con ese matiz especial con que lo tatuaba en mi piel en las noches, imaginando el nombre de la persona que abrazaría al dormir, el color de las paredes de mi habitación, el perfume de mi coche, la canción que cantaría en las ciudades y países que descubriría en mis viajes. Fueron pasando al olvido mis viejos sueños, al mismo tiempo que la realidad se fue llevando a las personas que amaba, me seguía sintiendo extraña envuelta en conversaciones en otros idiomas, tomaba dosis de verdades que no quería saber y entendía, a fuerza de vivir, que la vida la mayoría de las veces no es justa.
Esas noches, cuando está todo patas arriba, mi cabeza está al revés. Mis pequeños proyectos son tan grandes como antaño y yo tan inexperta como una aprendiz en el juego. Pero he crecido. Estoy llena de cicatrices. Todo tiene un precio.